Colección: José María Díez

José María Díez

Almendralejo. 1965. La sensación después de conocer a J. Mª Díez es la de encontrarte ante el sumun a lo que se puede aspirar. Estar ante sus obras nos obliga a adoptar un gesto de humildad. Nos encontramos ante la solemnidad de un clásico, con el atrevimiento de aquellos que se saltaron las normas, no para romperlas, si no para hacerlas convivir con las antiguas, hermanadas entre sí.

¿A dónde nos conduce Díez? A un diálogo entre la naturaleza sublime y la arquitectura perecedera a través de un lenguaje siempre sereno y purificador. Sentarnos ante sus piezas nos traslada a la Roma clásica, al equilibrio renacentista, al romanticismo del XIX, a la construcciones pragmáticas de las guerras mundiales, a la arquitectura de vanguardia del siglo XX, a Cádiz, a Estocolmo...

La magia de este artista radica en que hace convivir todos esos elementos como si hubieran coexistido unidos eternamente.

"Comenzamos viendo atisbos clásicos: Rafael, Patinir... Velázquez y sus paisajes, Van Ruysdael, Gellée... LLegaste a Friedrich y sin querer te hiciste romántico. Después Constable y Corot (cuanto paisaje has respirado) y, dando una zancada en el tiempo, te plantaste ante Zóbel. Me permites otro atrevimiento querido maestro. Tienes algo de otro grande: Antonio López".